Archivo de la etiqueta: Borracheras

Snob (uno de mis primeros vómitos)

Volvía a mis habituales quehaceres, un vaso, hielos, escocés y una espesa capa de niebla, espesa, de aquellas que solo emanan los cigarrillos de filtro color café claro (me emputecen los Light y su maldita miseria de matarte sin sabor), una música de mierda se camuflaba perfectamente con el hedor que expelía el inmundo baño del fondo del bar.

Muchos oportunos bebedores, asistían diariamente a este mísero lugar, donde cual o más borracho contaba alguna anécdota de su vida fuera este universo, o recitaba algún poema de su imaginación embriagada (o embriagadora en algunos casos), para sus colegas asistentes y recibir las críticas especializadas de éstos.

Llevaba no sé cuanto tiempo bebiendo (ese día), con suerte sé cuantos años fui, apenas sé que hace un par de años que no voy. En un estrepitoso quiebre del momento, violentamente el repique de mi teléfono me sacó del lugar, era Milagros, la chica que encendía mi pluma por aquellos años, furiosa porque yo no aparecía por ningún lado, hoy, saldríamos a una recepción de una pareja de artistas conceptuales chilenos que venían llegando de Europa, amigos de infancia de ella, por cierto, eminencias según snobs que rinden culto a lo desconocido y extraño.

Joaquín y Florencia, dos niños que fueron enviados por sus padres a las más prestigiosas universidades del viejo continente a estudiar arte y acá el circulo de personas que se creen dueñas del arte les prepararon una recepción y la pareja de artista invitaron a Milagros y a mí (sin conocerme, era: “Milagros y acompañante”, lo que decía en la invitación).

Salí corriendo del bar, en medio de un conmovedor poema de Edgardo, uno de los borrachos más célebres del under, muchas veces bebió gratis, gracias a la notable belleza para contar o recitar lo que su pluma escupía o vomitaba (como él decía).

Para mi suerte la recepción se haría en un salón cercano al bar donde me encontraba, llegué al lugar y Milagros se movía de un lado a otro en la entrada del lugar, luego de una mirada inquisidora y casi de reto, hizo un comentario acerca de mi vestimenta y entramos al salón. Era un espacio enorme, ostentoso (pretencioso a full), cuadros en la pared, muchísimos, pero en tan grandes paredes y espacios los clásicos snobs se quedaban mirando cuadros aproximadamente diez o más minutos (¿creerán que aparecerán huevadas ocultas como los en 3-D?). ¿Qué hacia yo en ese lugar?, era la pregunta que más rondaba por mi cabeza, cuando de repente una celestial proposición de saco de mi ensimismamiento: -“¿Vino, para el señor?. Me ofreció un relamido y elegante mozo, agradecido de semejante acto asentí con la cabeza y tomé una copa, estaban servidas hasta poco menos de la mitad, así que de un trago me lo bebí y antes de que el mozo girara le saqué dos copas más, en algo mejoraba el panorama.

Milagros, por su parte, hacía vida social, todo el mundo se le acercaba, la conocían y yo solo me acercaba a los mozos para seguir disfrutando de lo único bueno de la recepción, el bien amado vino.

Seguía pululando alrededor de los mozos y su valioso cargamento, cuando la luz de manera casi hipnótica comenzó a declinar su intensidad y una música casi de letárgica melodía indicaba que el show iba a comenzar.

Salieron a escena: pulcramente peinados y vestidos, comenzaron a moverse al ritmo de la música, la cual comienza a subir de ritmo y velocidad, ambos “artistas” empiezan a moverse con un frenesí endemoniado, juego de luces y algo un poco raro para mí (un tipo con cero instrucción artística)

Seguía el contorneo de los “jóvenes artistas” sobre el escenario, en un cambio estrepitoso de música y luces él saco desde el rincón el escenario unas latas de spray y comenzó a disparar su pintura sobre un lienzo (dispuesto para eso), ella aprovecho la distracción de este espectador para hacerse de unas antorchas, tres para ser exacto y comenzó a hacer malabares (puaj!!! Una absoluto fiasco), yo seguía bebiendo.

Luego de unos minutos acabó la música, se encendieron las luces y los aplausos brotaron como si hubiesen visto algo increíble, él tomó el lienzo y lo mostró, eran unos garabatos ilegibles y sin sentido (graffiteros autodidactas de mi barrio superarían largamente en el arte de pintar con latas de spray). Ella, linda, pero en cada esquina de la ciudad hay no una, si no varias malabaristas mejores (no con su fina ropa y cabello tan limpio, pero definitivamente mejores).

Una vez bajo el escenario, la gente rodeaba a los muchachos, entre ellos Milagros, yo miraba desde lejos con mi respectiva copa de vino, entre tantas copas terminé envuelto en la conversación del grupo, una experiencia insufrible: todos quién más o más hablaba de algún “show conceptual” visto en alguna ciudad del mundo y de lo fantástico que era ese tipo de presentación. Creo que mi cara mostraba claramente ánimos de desazón y aburrimiento. “Me largo”-dije y miré a Milagros, a lo que ella respondió: “Vete, así con esa actitud tuya nunca vas a lograr nada”, nada quiero lograr le dije y me miró de una manera que ya no me gustó tanto. Bebí de un trago el contenido de mi copa y dije adiós, ella solo corrió a mí solo para decir: “Hace tiempo debí dejarte, pero pensé que algo importante podrías hacer”, no pude contener mi risa y dije: “¿Qué es importante?”«Podrías dejar beber un poco, buscarte un trabajo mejor y ahorrar dinero»– fue parte reproducible de su repertorio. La miré por última vez a su rostro y me despedí sin palabras, sabía que era la última vez que nos veríamos, dí la vuelta y me dirigí a la salida, a la pasada tomé otra copa de vino para pasar el mal trago.

Una vez fuera del salón, recordé que estaba cerca del bar y presuroso me puse en camino. Llegué al bar justo en el momento que Edgardo subía al escenario por segunda vez, él me miró y con su sensibilidad de poeta me vio e hizo una seña a nuestro mesero de muchas y tantas jornadas de gloriosa ingesta poética, Ernesto, quien presuroso trajo consigo a mi mesa un escocés, hielos y un vaso. Con la mirada dí las gracias al poeta y salude y agradecí a Ernesto.

¿Todo bien?– preguntó, muy bien dije yo, a tiempo que me bebía mi primer vaso de escocés y prendía un cigarrillo.

Me contó además que el poema de Edgardo había maravillado a todo el bar, por eso que ahora para que volviera a subir se había dejado todo el bar abierto (Y yo me perdí el bar abierto y peor el poema), excelente dije.

Luego de escuchar un rato, tuve una duda. Llamé a Ernesto, y le hice una pregunta:”¿No has pensado en trabajar de mesero, pero en un lugar de esos de cocktails y recepciones?-pagan muy bien”, argumenté. NO!!!– fue la tajante respuesta- y dejar de venir a este lugar rodeado de borrachos maravillosos, para atender a personas pretenciosas, usar un corbatín ridículo, uniforme, andar con el pelo relamido, aparte de que con lo que gano acá, no tendré grandes lujos, pero me alcanza para vivir, prefiero eso que ganar más dinero y trabajar para snobs y tipos que me tratarán como una miseria…

Jamás!!!, me quedo con ustedes– Fue su devastador argumento- ¿Por qué lo preguntas?-me dijo… Bebí al seco mi vaso, puse mi mano en su hombro y dije: “Por nada Ernesto, por nada”.